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Cueva de Altamira


 



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Cueva situada en las proximidades de Santillana del Mar, en Cantabria (Espa�a), donde se conserva uno de los ciclos pict�ricos m�s importantes de la Prehistoria. Pertenece al per�odo Magdaleniense y al Solutrense, dentro del Paleol�tico Superior, y su estilo art�stico constituye la denominada escuela franco-cant�brica, caracterizada por el realismo de las figuras representadas.Las pinturas de Altamira, descubiertas en 1879, suponen el primer conjunto pict�rico prehist�rico de gran extensi�n conocido en el momento, hecho que determina que el estudio de la cueva y el reconocimiento de la misma abra toda una pol�mica respecto a los planteamientos aceptados en la ciencia prehist�rica.

El realismo de sus escenas, provoc�, en un primer momento, un debate en torno a su autenticidad hasta ser aceptada como una obra art�stica realizada por hombres del Paleol�tico; su reconocimiento supone un largo proceso en el que tambi�n se van a ir definiendo y van a ir avanzando los estudios sobre la Prehistoria.

Su primer defensor fue Sanz de Sautuola y Vilanova, su descubridor; su criterio ser� avalado por los frecuentes hallazgos de piezas de arte mueble en numerosas cuevas europeas, especialmente francesas, en los a�os finales del siglo XIX, as� como de pinturas rupestres innegablemente asociadas a las estatuillas, relieves y huesos grabados aparecidos en niveles arqueol�gicos paleol�ticos, unidos a restos de animales desaparecidos (mamut, reno, bisonte, etc.).

En su reconocimiento destac� muy positivamente el Abate Breuil, organizador en 1902 de un Congreso de la Asociaci�n Francesa para el Avance de las Ciencias, cuyos trabajos en torno al tema "el arte parietal" provocaron cambios substanciales en la mentalidad de los investigadores del momento.

Cartailhac, uno de sus m�s grandes opositores a la autenticidad de Altamira, ante el descubrimiento, a partir de 1895, de grabados y pinturas en las cuevas francesas de La Mouthe, Combarelles y Font-de-Gaume, revisa su postura y tras visitar las cuevas escribi� en la revista L'Antropologie (1902) un art�culo titulado La grotte d' Altamira. Mea culpa d' un sceptique. Su art�culo supone el reconocimiento universal del car�cter paleol�tico de las pinturas de Altamira.

Fijada la autenticidad de las pinturas se inicia el debate sobre la propia obra. La divergencia entre los investigadores se centra en torno a la precisi�n cronol�gica, la misteriosa finalidad de las mismas y su valor art�stico y arqueol�gico. Estas cuestiones afectaron no s�lo a la cueva de Altamira sino a todo el arte rupestre cuaternario descubierto.

Modernamente, amparados en estudios sobre yacimientos y santuarios tanto subterr�neos como al aire libre, con la ayuda del carbono 14, los investigadores Laming y Leroi-Gurhan propusieron para las pinturas de Altamira una dataci�n entre 15.000 y 12.000 a�os a.C., pertenecientes por tanto al per�odo Magdaleniense III.


Las pinturas de Altamira

La cueva de Altamira, relativamente peque�a, con 270 metros de longitud, presenta una estructura sencilla formada por una galer�a con escasas ramificaciones, donde se definen tres zonas: una primera formada por un vest�bulo amplio, iluminado por la luz natural y que fue el lugar preferentemente habitado por generaciones desde comienzos del Paleol�tico Superior; del vest�bulo se pasa a la gran sala de pinturas pol�cromas, apodada "Capilla Sixtina del Arte Cuaternario"; y otras salas y corredores en las que tambi�n hay manifestaciones art�sticas de menor trascendencia.

En la actualidad, el aspecto de la gran sala de los bisontes ha variado enormemente desde 1879, cuando Mar�a Sautuola, la vio por vez primera. Su b�veda sigue manteniendo los 18 metros de largo por los 9 de ancho, pero su altura originaria (entre 190 y 110 cm.) se ha aumentado al rebajarse el suelo para facilitar la c�moda contemplaci�n de las pinturas.

El animal m�s representado es el bisonte, hay hasta 16 ejemplares en diversos tama�os, posturas y t�cnica pict�rica junto a caballos, ciervos, bisontes y signos tectiformes. Los artistas de la cueva de Altamira dieron soluci�n a varios de los problemas t�cnicos que la representaci�n pl�stica tuvo desde sus or�genes en el Paleol�tico. Tales fueron el realismo anat�mico, el volumen, el movimiento y la policrom�a.

La sensaci�n de realismo se consigue mediante el aprovechamiento de los abultamientos naturales de la roca que crean la ilusi�n de volumen, la viveza de los colores que rellenan las superficies interiores (rojo, negro, amarillo, pardos) y la t�cnica del dibujo y del grabado, que delimita los contornos de las figuras, son las caracter�sticas esenciales con las que se define la representaci�n.

El Bisonte encogido es una de las pinturas m�s expresivas y admiradas de todo el conjunto. Est� pintado sobre un abultamiento de la b�veda en el que el artista ha sabido encajar la figura del bisonte, encogi�ndolo, plegando sus patas y forzando la posici�n de la cabeza hacia abajo. Destacando el esp�ritu de observaci�n naturalista de su realizador y la enorme capacidad expresiva de la composici�n.

La gran cierva, la mayor de todas la figuras representadas, tiene 2.25 m, manifiesta una perfecci�n t�cnica magistral. La estilizaci�n de las extremidades, la firmeza del trazo grabado y el modelado crom�tico le dotan de un gran realismo, no obstante acusa, en su factura algo pesada, una cierta deformaci�n seguramente originada por el cercano punto de vista del autor. Debajo del cuello de la cierva aparece un peque�o bisonte en trazo negro.

Caballo ocre situado en uno de los extremos de la b�veda, fue interpretado por Breuil como una de las figuras m�s antiguas del techo. Este tipo de p�ney debi� de ser frecuente en la cornisa cant�brica pues tambi�n le vemos representado en la cueva de Tito Bustillo, descubierta en el a�o 1968 en Ribadesella, y aun es muy posible que sea de la misma tipolog�a que el representado en la cueva alcarre�a de los Casares.


Historia del descubrimiento de las pinturas de Altamira

La hoy famosa cueva de Altamira, es descubierta en el a�o 1868, por un cazador, llamado Modesto Cubillas, que al intentar liberar a su perro, que hab�a penetrado por entre las grietas de unas rocas persiguiendo a una pieza, ve la entrada de la cueva, desconocida hasta entonces y situada en el t�rmino de Juan Mortero.

En aquel momento, la noticia del descubrimiento de una cueva no ten�a la menor transcendencia entre el vecindario de la zona, ya que en la misma es tan frecuente el fen�meno k�rstico que una gruta m�s entre las miles existentes, no a�ad�a nada novedoso.

Don Marcelino Sanz de Sautuola, erudito en paleontolog�a y descubridor de las pinturas, debi� de conocer la existencia de la cueva directamente por boca del mismo Modesto, aparcero en su finca, pero no la visit� hasta el a�o de 1875. Por entonces la recorri� en su totalidad y reconoci� algunos signos abstractos, como rayas negras repetidas, a las que no dio ninguna importancia, por no considerarlas obra humana. Cuatro a�os despu�s, durante el verano de 1879, volvi� don Marcelino por segunda vez a Altamira, en esta ocasi�n acompa�ado por su hija Mar�a, ni�a de 9 a�os, interesado en excavar la entrada de la cueva con el objeto de encontrar algunos restos de hueso y s�lex.

El hecho del descubrimiento se produce, de forma casual, por obra de la curiosidad de la ni�a, pues mientras su padre permanec�a en la boca de la gruta ella penetr� hasta una sala lateral descubriendo los famosos bisontes. Mar�a acudi� a avisar a su padre. Sautuola qued� sorprendido al contemplar el grandioso conjunto de pinturas de aquellos extra�os animales que cubr�an la casi totalidad de la b�veda.

Al a�o siguiente, 1880, don Marcelino publica una breve op�sculo titulado Breves apuntes sobre algunos objetos prehist�ricos de la entonces provincia de Santander en el que sosten�a el origen prehist�rico de las pinturas e inclu�a una reproducci�n gr�fica hecha por el mismo descubridor. Expuso sus tesis al catedr�tico de Geolog�a de la Universidad de Madrid, don Juan de Vilanova, que las acogi� como propias. Pese a todo, la opini�n de Sautuola no fue aceptada por los prestigiosos maestros franceses Cartailhac, Mortillet y Harl�, los cient�ficos m�s expertos en estudios prehist�ricos y paleontol�gicos en Europa.

La novedad del descubrimiento era tan sorprendente que provoca la l�gica desconfianza de los estudiosos, incluso se llega a sugerir que el propio don Marcelino debi� de pintarlas entre las dos visitas que realizo a la caverna, negando as� su origen paleol�tico.

Ni la ardiente defensa de Vilanova en el Congreso Internacional de Antropolog�a y Arqueolog�a, celebrado en Lisboa el a�o 1880, ni el af�n de Sautuola evitaron la descalificaci�n de Altamira.

La oposici�n se hace cada vez m�s generalizada. En Espa�a, el presidente de la Sociedad Espa�ola de Historia Natural el 1 de diciembre de 1886 dictaminaba diciendo que

"... tales pinturas no tiene caracteres del arte de la Edad de piedra, ni arcaico, ni asirio, ni fenicio, y s�lo la expresi�n que dar�a un mediano disc�pulo de la escuela moderna...".

Sautuola y sus pocos seguidores lucharon contra esa sentencia. La muerte de don Marcelino y la de Vilanova parec�an condenar definitivamente las pinturas de Altamira con una fraudulenta realizaci�n moderna.


La aceptaci�n de las pinturas no se produce hasta 1902.

Durante los a�os 1960 y 1970, los numerosos visitantes que accedieron a la cueva hicieron peligrar su microclima y la conservaci�n de las pinturas. Se cre� un debate sobre la conveniencia de cerrar Altamira al p�blico. En 1977 se clausura la cueva al p�blico para finalmente en 1982 reabrirse y permitir el acceso a un restringido n�mero de visitantes por d�a.

El amplio n�mero de personas que deseaba ver la cueva y el largo periodo de espera para acceder a ella (m�s de un a�o) hizo plantearse la necesidad de construir una r�plica. Desde el a�o 2001, junto a la cueva se levanta el Museo nacional y centro de investigaci�n de Altamira, obra del arquitecto Juan Navarro Baldeweg. Destaca en su interior la llamada Neocueva de Altamira, la reproducci�n m�s fiel que existe de la original y muy similar a como se conoc�a hace 15.000 a�os.

Existe otra reproducci�n de las pinturas en una cueva artificial realizada en el jard�n del Museo Arqueol�gico Nacional de Espa�a

Esta cueva est� incluida en el Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.


 





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